Este pasado fin de semana se celebraron las ceremonias de graduación en una infinidad de universidades en Estados Unidos. Sin ir más lejos, nuestra tenista Marta González Niño se graduó con honores en Queens University of Charlotte. ¡Desde aquí le queremos trasladar nuestra enhorabuena!
Tras la obtención del Bachelor’s Degree, unos entran directamente en el mundo laboral. Otros deciden seguir formándose. Desde esta perspectiva, la graduación es un mero trámite, una estación de avituallamiento en una carrera de fondo.
Sin embargo, para los estudiantes-deportistas becados en universidades americanas, la graduación se puede interpretar como una meta. Se termina un periplo de cuatro o cinco años en los que se compaginan deportes y estudios al más alto nivel. Unos pocos intentarán saltar al profesionalismo en su disciplina, mientras que la mayoría opta por aparcar su deporte en un segundo plano.
Compatibilizar un cupo completo de créditos con 20 horas de entrenamiento/competición a la semana es un desafío muy infravalorado. Si a eso se le añade la intención de tener una vida social activa, es difícil cuadrar las cuentas.
A lo largo de esos años en EE.UU. si algo aprende un estudiante-deportista es a tener claras sus prioridades. Esa es la palabra clave de hoy.
Con 17-19 años, un freshman se siente capaz de todo. De pasar una hora diaria extra en el gimnasio a cerrar la biblioteca, además de por supuesto intentar ser el rey de la noche en el campus.
Otro prototipo de novato incauto es el deportista estrella que se siente obligado a ir a clase, ya que su único objetivo a esa edad es ser profesional. Abundan casos en fútbol americano o baloncesto. Véase Cardale Jones el antiguo quarterback de Ohio State University. En 2012, antes de jugar ningún partido, tuiteó: “Por qué tenemos que ir a clase si hemos venido aquí a jugar al fútbol americano, no hemos venido aquí para ‘jugar’ a la escuela, ir a clases es un sinsentido.”
Alguien algo más curtido ya ha asumido que el ritmo frenético es insostenible. Establecerá prioridades, aunque siempre manteniendo un balance académico-deportivo. Sin exagerar. Por ejemplo, si se empeña en obtener un 4.0 GPA a costa de faltar a la mitad de los entrenamientos, su rendimiento en la pista o campo se resentirá. Malos partidos pueden llevar a una exclusión de la alineación. Por el contrario, alguien que solamente se centra en mejorar su juego sin estudiar puede ver como sus notas lo acusan. En un caso extremo, puede ser declarado no apto para competir por pobre rendimiento académico.
Volviendo a las graduaciones, si estudiante-deportista llega a ese punto es porque consiguió encarrilar con éxito los dos pilares fundamentales de su vida en un campus universitario estadounidense. Con 21-23 años se ven las cosas desde una perspectiva diferente. Incluso Cardale Jones, ahora QB suplente en los Buffalo Bills de la NFL, que aprovechó el parón post-Superbowl para sacarse los créditos que le faltaban en OSU.
La sensación del primer College Football Playoff se tomó su graduación con humor, burlándose de su ‘yo inmaduro’ de cinco años atrás. En su gorro de graduación se podía leer: “Alguien dijo una vez ‘No estamos aquí para jugar a la escuela’”
Esta imagen refleja la evolución de prioridades del bueno de Cardale. Puede que su carrera en la NFL no llegue a fructificar, pero ahora sabe que el título universitario le puede ser valioso en el futuro.
Texto: Pablo Mosquera